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We have known her for almost 30 years as the singer’s wife, but we know very little about her. Miranda Rijnsburger offers an exclusive interview about her origins, the day she met Julio Iglesias, and other aspects of her enigmatic life.
“They always refer to me as a model, but in truth I was only one for a year,” Miranda Rijnsburger (Holland, 1965) reveals to me in almost perfect Spanish sprinkled with an exotic accent somewhere between Andalusian and Latin American. It is early December and Julio Iglesias’s wife is waiting for me at thesuitefrom the penthouse of the Shangri-La hotel in Paris where he is staying withhis daughters, Victoria and Cristina, 18 years old. The “girls” have come to the French capital to celebrate their coming out at Le Bal, an exclusive event organized since 1992 byOphelia Renouardin which other heiresses also make their debut, such as Stella Belmondo, daughter of the actorJean-Paul Belmondo, oKayla Rockefeller, a member of the well-known family of American businessmen and politicians. “This city brings back great memories,” Miranda muses. In France, Julio Iglesias is a legend. In 1983, coinciding with his 40th birthday, he received the medal of honour of the city of Paris from the hands of its then mayor,Jacques Chirac; in 2007,Nicolas SarkozyHe awarded him the Legion of Honour at a ceremony at the Elysee Palace, which he attended with Miranda, four of the five children they have in common andThey were weak, his firstborn.
© Jonathan BeckerPublicidad
But this time, the singer, one of the biggest sellers of foreign records in France, has not come, he has decided to stay in his mansion on Indian Creek Island. Julio does not like the freezing weather. “One day it was about 20 degrees in Miami and he said he was cold! He loves the sun,” says the Dutch woman, laughing as she looks out at the cloudy horizon of the French capital. From the room in this mansion, the former residence of Roland Bonaparte, Napoleon’s grandnephew, there is a stunning view of the River Seine and the Eiffel Tower. Indeed, the temperature is unpleasant and Miranda is wearing a dressvintagesleeveless Oscar de la Renta photo shoot. Although she hesitates, she finally agrees to pose outside under Jonathan Becker’s orders. “You have to do yoga,” she cheerfully advises the prestigious photographer when he notices her lack of flexibility during the shoot.shooting
Al entrar en la estancia de este hotel cinco estrellas me he encontrado a la mujer hierática y elegante que durante las últimas décadas los españoles estamos acostumbrados a ver en el papel cuché. Pero, durante la sesión de fotos, Miranda ha derribado uno a uno mis prejuicios: tiene un discurso propio, es natural, divertida, inteligente, cálida… y está provista de un halo enigmático. La conocemos desde hace 30 años, pero en verdad sabemos muy poco de ella.
Victoria y Cristina en Le Bal
© Jonathan Becker¿Quién es Miranda Rijnsburger?
Lleva sin desfilar mucho tiempo, pero la holandesa no ha olvidado la primera vez que lo hizo. Fue en 1990. Su padre, Wim Rijnsburger, un operador de grúas que trabajaba para el gobierno de la provincia holandesa de Leiden, acababa de fallecer a consecuencia de un tumor cerebral a los 48 años. “Fue muy traumático. Ese año perdí a otras dos personas cercanas. Entonces, decidí irme unas semanas de vacaciones al Caribe, a la isla de Santa Lucía. Allí había un fotógrafo canadiense haciendo un catálogo de ropa de baño. Me convenció para que posase”. Tenía 24 años y aceptó el reto. La respuesta fue abrumadora: durante las siguientes semanas no pararon de llamarla. Miranda dejó su trabajo en una empresa de headhunting en Rotterdam (Holanda) y probó suerte como modelo. “Iba sobre todo a Canadá, pero visité muchos países. Fue una gran experiencia”, me cuenta. La mujer de Julio Iglesias también heredó la pasión por viajar de su progenitor. Desde los 15 años, Wim —Guillermo en neerlandés— trabajó en las salas de máquinas de buques transoceánicos. “Recorrió el mundo entero. Me acuerdo de las aventuras que siempre me contaba. Era bueno y muy generoso”, narra emocionada Miranda. Wim conoció a Paula, su futura esposa, cuando tenía 16 años. Ella pertenecía a una familia gigante, tenía 15 hermanos. “Se podía pasar seis meses en alta mar. Incluso una vez estuvo un año. Mi madre siempre lo esperó. Era el gran amor de su vida”. Se casaron a los 22 años y, cuando nació Miranda, la primera de sus dos hijas, dejó el mar.
La primogénita de la familia creció junto a su hermana Anita, tres años menor, en una casa flotante de Leimuiden, una localidad de 4.000 habitantes a unos 40 minutos en coche al sur de Ámsterdam. Estudió allí hasta primaria. Luego continuó con su formación en un instituto de la vecina localidad de Alphen aan den Rijn. “Todos los días hacía 11 kilómetros en bicicleta para ir a la escuela”, rememora Miranda. Al concluir bachillerato, se matriculó en un curso de secretariado ejecutivo. Gracias a ello comenzó a trabajar en una compañía de ordenadores y en otra relacionada con la moda, pero un accidente truncó sus planes. “Tenía 19 años y fui a esquiar por primera y última vez en mi vida a Sauerland (Alemania).
La familia en el Eliseo en 2007
En la boda de Ana Aznar en 2002
El primer día tomé una clase y, al siguiente, me animé y subí a una pista negra. Hacía mal tiempo, menos 18 grados y la pista estaba helada. Cuando salté sin querer por un pequeño desnivel, me caí. Sentí un dolor horrible en la espalda. Me fracturé una vértebra y también la nariz. Hubo mucha sangre. Me trasladaron en una ambulancia a Holanda, donde estuve tiempo en un hospital. Con rehabilitación, a los seis meses pude hacer vida normal. Tuve suerte aquel día”. Al recuperarse, se mudó a Rotterdam.
Julio Iglesias también tenía 19 años cuando sufrió un accidente que pudo terminar en tragedia. El coche del cantante se salió de la calzada en Majadahonda (Madrid) cuando volvía de una fiesta. El impacto casi lo deja paralítico y truncó su carrera como portero en el Real Madrid. En cambio, supuso el comienzo de su trayectoria como artista. En la cama del hospital compuso La vida sigue igual, el primero de sus éxitos. Todavía hoy, el cantante arrastra la secuelas de aquel golpe. Unos problemas de espalda que también provocan a su pesar que, cada cierto tiempo, Julio esté en la picota informativa.
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—¿Cómo se encuentra su marido?—Está muy bien. No hay ninguna preocupación por su salud. Hace deporte, está en forma… Se cuida mucho, ¡lo cuidamos mucho! Está lleno de energía. Da envidia, porque nunca se aburre, siempre está activo y es disciplinado.—¿Cuál es su reacción cuando ve tanto alarmismo con su salud?—Las noticias que más le preocupan son las de su país y la política. Está al tanto de todo. Como está perfecto, no tiene que preocuparse de nada más.—¿Cuándo cantará en España?—Le piden siempre que vaya, pero este año tenía otro compromiso. Él tiene muchas ganas de cantar allí. Espero que sea el próximo año. Se siente querido. Lo noto yo por donde voy. ¡Siempre me hablan bien de él!
Julio y Miranda, con sus hijas, en 2003
© CortesíaGira por Asia
Una mañana de principios de diciembre de 1990, Miranda se encuentra en el aeropuerto de Yakarta, donde ha viajado para trabajar de modelo. Una algarabía llama su atención. Es Julio Iglesias con su séquito, entre los que está el mexicano Pepe Guindi, representante y amigo, el compositor Billy Sanders y cuatro coristas. “Lo vi rodeado de mujeres y pensé que alguna de ellas era su esposa. No estaba al tanto de su vida personal. Se acercó y me propuso que fuese a verlo cantar esa noche. Tuve dudas. Yo sabía quién era, aunque lo desconocía todo acerca de su vida personal. Me lo pensé y finalmente accedí”. Tras el recital, el cantante español más célebre fuera de nuestras fronteras le propuso que lo acompañara en su gira por Kuala Lumpur, Singapur y Tokio. Volvió a aceptar, pero, antes de subirse en el jet privado del artista, la joven hizo gala de su proverbial cautela. “En el remite escribí mi nombre. ¡Me mandé la carta a mí misma! Tenía que contar que me iba con él por si me pasaba algo”. Y le pasó.
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Al volver del viaje, Miranda regresó a su casa en Holanda para pasar la Navidad junto a su familia. “Pero Julio no paraba de llamarme. Me invitó al concierto de Año Nuevo que daba en Las Vegas y, poco a poco, fue surgiendo todo. A mitad de 1991, me instalé en su casa de Indian Creek. ¡Cómo pasa el tiempo!”.—¿Cómo se tomó su familia que se mudara a Miami?—¡Bien! Mi madre era fan de Julio.—Sus hijos, Enrique, Julio José y Chábeli, ¿la recibieron bien?—Tengo una relación buena con ellos. Y me encanta que también la tengan nuestros hijos con sus hermanos.—Enrique Iglesias ha reconocido recientemente que ha recuperado la relación con su padre… ¿Le gustaría que cantaran juntos?—¡Por supuesto!
Suena el teléfono. Miranda recibe la llamada de Guillermo, de 12 años, el menor de sus cinco hijos, “un niño con mucho talento para la música que ha aprendido a tocar el piano solo y también la batería”. La holandesa habla con sus hijos en inglés; Julio, en español. “Hasta el último de mis niños no pude ponerle el nombre de mi padre”, reflexiona tras terminar la videollamada. Miranda es una mujer trascendental. Ahora, está atravesando un momento complicado para cualquier madre: el síndrome del nido vacío. Su hijo mayor, Miguel, trabaja para la división inmobiliaria de Sotheby’s, sale con la tenista Danielle Obolevitch y se mudó hace un tiempo de la casa familiar. Rodrigo, que está produciendo su propio disco de música indie, se independizó hace tres años con solo 17.
Miranda y sus hijas, Cristina y Victoria, posan en la suite imperial del hotel Shangri-La de París.
© Jonathan Becker
Las últimas en marcharse del hogar de Miami han sido las gemelas, Victoria y Cristina. Las jóvenes se han instalado en Nueva York, donde quieren labrarse una carrera en el mundo de la moda. “Nos encantaría protagonizar la campaña de una marca, pero tenemos otras ideas. Por ejemplo, nos gustaría desarrollar aplicaciones móviles”, dice Cristina, la más extrovertida de las dos. “Estamos pensando en apuntarnos a un curso online de Marketing en Columbia o Harvard”, apunta Victoria. “Quieren ser entrepreneurs [emprendedoras]”, desliza Miranda. Las jóvenes, enfundadas en dos creaciones de alta costura de Elie Saab y con joyas de Harakh, son partidarias de un sistema educativo libre. Solo fueron al colegio de los 10 a los 14 años. Previa y posteriormente estudiaron en casa. “Aprendíamos mucho más e incluso más rápido que en el colegio”, cuentan. Están muy unidas entre ellas, incluso hablan a la vez. “También discutimos, pero enseguida lo arreglamos”. No tienen novio y no les gusta salir de fiesta. Prefieren montar a caballo, tanto en su espectacular mansión de Ojén (Málaga) como en la finca de Annette de la Renta, viuda del diseñador dominicano, en Connecticut.
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Su primera presentación oficial en sociedad fue en la gala MET 2019, donde acudieron invitadas por Anna Wintour, directora de Vogue USA. “Fue surreal. Nos gustó mucho conocer a Richard Madden, el actor de Juego de tronos. También a Céline Dion, Sam Mendes…”, enumeran ante la atenta mirada de su madre. Miranda recuerda perfectamente que Victoria nació siete minutos antes que Cristina. También el día que llamó a Julio para contarle que esperaban gemelas. “Estaba en Texas y no se lo creía. Yo tampoco daba crédito. Un tiempo antes una señora me paró por la calle y me dijo que su ángel de la guarda me quería decir que iba a tener dos niñas. Yo no era nada esotérica y no le di mucha importancia. Luego, varias amigas me comenzaron a comentar que soñaban lo mismo. En un principio, el médico me informó de que solo estaba embarazada de uno y no hice caso, pero en otra revisión me contó que eran dos. No me lo podía creer. ¡Les puse Cristina y Victoria porque era como las llamaba en el sueño de mi amiga!”.
—¿Estuvo Julio en el parto?—Sí, ha estado en los cinco partos. Siempre reza y cuenta los dedos de las manos y los pies cuando nacen para asegurarse de que los tienen todos.—¿Cree que algún día se jubilará de los escenarios?—Yo quiero que cante hasta el final.—Se ha publicado que está escribiendo su autobiografía…—Está en ello. Julio tiene una memoria prodigiosa y ahora quiere contar sus vivencias. La cena previa al baile de debutantes comienza. Miranda y las “niñas” se despiden de manera exquisita. Le Bal no solo ha sido la puesta de largo de Victoria y Cristina, sino también, en cierto modo, la de Miranda. Quizá, debería animarse y escribir sus memorias